jueves, 21 de abril de 2011

Apareció Víctor Martínez


En la causa que investiga la desaparición del obispo Carlos Ponce de León en la dictadura, uno de los testigos, Víctor Martínez, permanecía desaparecido desde el lunes. Apareció ayer en horas de la noche. Otra muestra más de los resabios de la impunidad que aún permanecen.


Carlos Ponce de León era el tercer Obispo titular de la Diócesis de San Nicolás de los Arroyos desde 1966. Con el devenir de la dictadura del 76 se convirtió en uno de sus críticos. Cuestionó abiertamente las desaparaciones y asesinatos como el de su colega Enrique Angelelli. Se reunía con familiares de desaparecidos, y cuando le preguntaron por qué se quedaba el contestaba "¿Por qué me voy a ir si no estoy haciendo nada malo?".

Falleció el 11 de julio de 1977 en un "accidente automovolístico" mientras iba en su auto con su hijo espiritual Víctor Martínez de 18 años. Llevaba material sensible sobre las desapariciones en el régimen.

A casi 34 años del hecho se está juzgando el hecho. Obviamente Martínez es un testigo privilegiado por haber estado en aquel momento.

Al igual que otros casos (como Luis Gerez, Felisa Marilaf, Juan Puthod u otros, incluyendo la trágica desaparición de Julio López) los resabios de la dictadura no quisieron que la verdad se sepa. Y desde el lunes no se sabía nada del paradero de Víctor. Ya había recibido amenazas anteriormente, y ese lunes se dirigía una escribanía a la que nunca llegó.

Pero ayer a la noche apareció. Según su abogada, "fue raptado por desconocidos que lo obligaron a tomar pastillas para dejarlo inconsciente”. Al respecto, la abogada del testigo, Gabriel Scopel, señaló que apareció en la noche del miércoles “bajo los efectos ansiolíticos o de alguna droga que le impedía caminar correctamente porque le faltaba el equilibrio”.

“Estaba muy confundido y balbuceante”, señaló Scopel, quien detalló que, en ese contexto, lo único que pudo relatar fue que “lo tuvieron en una habitación, que lo trataron bien, que no le pegaron, que le daban de tomar pastillas y que le decían qué tenía que decir”.

Otra señal más de que aún queda gente que no se resigna a entender dos palabras tan sencillas: NUNCA MÁS.

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